Los instrumentos de tortura

La semana pasada entrevistamos a Enrique para que nos hablara de lo que recuerda sobre la Inquisición. Siempre realizamos una segunda pregunta acerca de los instrumentos de tortura que existían en la Edad Moderna para los herejes. Ya contamos el domingo quienes eran los herejes, así que hoy vamos a profundizar en cual eran realmente estas torturas que debían sufrir y que estaban aceptadas por el Tribunal de la Santa Inquisición Española. Para conocer las respuestas de los estudiantes debes seguir nuestra cuenta en instagram (@Inqusicion_uc3m). 
En 1478 surge en España el Tribunal de la Santa Inquisición Española, ligado al poder de Roma pero también ligado a las coronas de Castilla y Aragón. En principio surge contra los falsos conversos judíos, que practicaban una religión diferente al cristianismo. Pero según se establece con mayor fuerza en los territorios de la corona, amplia su poder y se vigila a cualquier persona que se desviara de la religión cristiana o cualquiera que atentara contra ella, sus normas y su cultura. En 1551 se crea el Índice de libros prohibidos (ya hemos hablado de este en el post sobre Fray Luis de León). Finalmente se disuelve en 1808 por orden de Napoleón Bonaparte. Pero no será hasta el 1813 cuando las Cortes de Cádiz la eliminen de una vez por todas. 

Existe una imagen muy oscura en torno a la Inquisición española debido a los elementos de tortura. Pero a partir de los estudios que se han hecho sobre el Tribunal Inquisitorial de Toledo, por la profesora de la Universidad Complutense de Madrid María del Pilar Rábale Obradó, afirma que realmente no se recurría demasiado a estas torturas, porque simplemente con mostrar todos estos elementos a la persona acusada, esta se asustaba ante lo que le podrían realizar y confesaba antes de tiempo. A continuación vamos a exponer algunas de ellas.


El potro de tortura:

Sin duda esta es la tortura que más se conoce, y la que nuestros compañeros entrevistados más han repetido, quizás, porque se encuentra en el imaginario de muchas películas y series ambientadas en la Inquisición. Se trata de un instrumento de madera, donde se coloca al acusado en la tabla, boca arriba, y se le ata de pies y manos. Una vez atado, se comienza a estirar de las extremidades mediante una polea. Si las personas acusadas no confiesan pronto, las extremidades se dislocaban. 



Ruedas de despedazar:

Bastante parecida a la anterior, consistía en una de las torturas mas cruentas y de mayor castigo. La persona acusada era colocada desnuda tumbada en el suelo, y con la rueda de madera se le aplastaba, rompiendo los huesos y articulaciones de las extremidades, incluso la cadera y los hombros. Pero esto no quedaba aquí, sino que luego se le ataba a esta rueda y se le daba de comer y beber hasta que moría de dolor. 



El garrote vil:

Este instrumento era visto como una de las formas de morir menos dolorosa. Era utilizada para los reos arrepentidos que no les llevaban a la hoguera, sino que morían de estrangulamiento, sin rotura de cuello, por esto, y por no sufrir la lenta muerte de las quemaduras en la hoguera, se consideraba una muerte más digna, incluso muchas veces se les cubrían la cara como buen gesto de los inquisidores, para que no se mostrara el rostro de sufrimiento. Según las fuentes, esta máquina logró en España su máximo apogeo a partir del reinado de Fernando VII, quien lo institucionalizó como pena capital en 1832. 



La sangrienta doncella de hierro:

Este aparato se trata de una ataúd vertical con cuerpo y rostro de mujer, de ahí el nombre, donde en el interior habían numerosos clavos de hierro puntiagudos, que su intención eran clavarse en diferentes partes del cuerpo del condenado. Se cree que este instrumento es originalmente de Alemania, pero se trajo a España con motivo de su intención de torturar a los herejes y acusados. 



Como podemos comprobar, existían un sinfín de instrumentos con los cuáles el tribunal inquisitorial podía torturar a las personas declaradas culpables. Pero como hemos dicho, realmente no se llegaban a utilizar con demasiada frecuencia, debido a que el simple hecho de observar toda la maquinaria del pánico, estos confesaban, incluso aunque no tuvieran razón. 

Bibliografía:

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